por Florencia Bossié*
Estamos felices de que el catálogo Libros que Muerden (Ediciones Biblioteca Nacional 2014) haya visto la luz, porque desde hace muchos años somos testigos de un trabajo de
plena convicción y militancia, no sólo para seguir el rastro de un libro por
cielo, tierra y mares, sino también por la certeza de que el estudio del mundo
de la niñez y la fantasía puede ser un aporte en la construcción de la memoria
colectiva. Una memoria sobre la que queremos insistir, reflexionar y
profundizar debates.
El libro que hoy tenemos en nuestras manos es el producto de
una muestra que comenzó a conformarse en el 2006, con alrededor de 20 títulos
infantiles y juveniles que habían sido censurados en la última dictadura. Hoy,
esa misma muestra, llega a alrededor de 300 ejemplares.
Debo confesar que la palabra MUESTRA, siempre me resultó
pequeña para eso que gestó el grupo La Grieta, en un galpón del ferrocarril, en
La Plata. Para ser sincera, tampoco sé muy bien cómo nombrarla, pero podría
empezar contando que es una colección dentro de la Biblioteca La Chicharra, un
grupo de libros reunidos bajo una misma impronta, una suerte de exhumación de
esos que estaban sin que los viéramos, latentes, a la espera, sobrevivientes.
Podría decir también que esta muestra/colección es un archivo,
reunido para revisar el pasado reciente desde la literatura, que explica un
contexto, unos hechos, un tiempo. Un modo de llevar adelante el necesario trabajo de memoria.
La muestra LQM no es una muestra convencional; los libros no
se montan detrás de vidrios y vitrinas, no están encerrados, sino que se ponen
a la mano de los lectores, como un modo particular de hablar de la censura, la
prohibición y las quemas de una forma distinta y en un acto de puro ligue con
la palabra, los dibujos, los colores, la infancia. Cada lugar al que llega se
transforma en un “taller”, un tiempo de acción, en el que las historias salen
de los libros con una impronta sugerente, juguetona, vivaz, inquietante. Interesa
más plantear inquietudes que certezas y, sobre todo, dejar que los lectores los
encuentren, porque pensamos a los libros como resplandor, como trincheras, como
instrumentos para el cambio.
Es por eso que el libro que hoy se presenta es una suerte de
caleidoscopio, una constelación, una especie de guía que propone pensar a la
literatura para niños como una literatura que no es naif, ni mucho menos. Donde
la infancia es partícipe y es activa. Porque los libros que aquí se cuentan hablan
de cosas que a algunos no les gustaban: hablan del pueblo organizado para
pintar su mundo de colores, de una planta que da cuadernos a chicos pobres,
hablan de una familia en la que los niños no pueden ir a la escuela, hablan de
la falta de trabajo y de la explotación, de dedos verdes que persiguen a dedos
rojos, de un elefante en huelga, de la desigualdad, la diversidad, de la
injusticia y también de la esperanza que da el cambio por venir. Proponen modos
de pensar el mundo desde la infancia y junto con los adultos, son inclusivos y
tienen un discurso, una ideología, creen en imposibles y en la ilimitada
fantasía, por sobre todas las cosas.
Este libro no tiene un afán de manual al modo escolar, sino
que propone saltos, derivas que invitan al lector curioso, avesado en los
laberintos de la literatura. Un lector que encontrará en él un mapa, un atlas,
un modo de narrar una colección en la que las “listas de títulos prohibidos” no
son tan importantes como los editores, las editoriales, los libreros, los
ilustradores, los autores. Su tono es variante, por momentos se torna alegre (aunque
no exaltado) y en otros, propone la reflexión (por ejemplo, incluyendo decretos
de censura o presentando el testimonio de los protagonistas). Indaga en lo
escondido y vedado en un clima ágil, amable, polifónico, sin dejar de lado la
contundencia. Aunque dice mucho también deja espacio a los necesarios
silencios.
Trazar palabras y dibujos
Hay palabras resaltadas y juguetonas, como las del glosario de
Murillo (chilicote, yica, urpila, gualacote, chuña), y también las que eligió
Gabriela (calcomanías, urutaú, tijera, martes negro, Ernesto, tutucos, mamelucos,
chocolate, Chiribitil). Sin embargo, Libros que Muerden no elude otras palabras más difíciles y
sustanciales, como: decreto, inquisición, prohibición, quema, Operación
Claridad, complicidad, silencio, sistematicidad, tachadura, desaparición,
exilio, marxismo, circular, rojo, mercado.
El mundo de la ilustración tiene un rol preponderante; en él
los colores y las imágenes estallan, invitan, iluminan. Este libro siembra
inquietudes con preguntas, muchas, y respuestas, muchas. Es un libro para
grandes y para chicos que quieren conocer y jugar. Es uno de esos
imprescindibles. Puede abordarse academicamente, lúdicamente, o como un
catálogo que da ganas de ir a ver aquéllos libros “en vivo y en directo”.
Invita a la experiencia sensible, al despliegue de un archivo de libros que
vuelven, que resistieron a la persecución, la destrucción, y el olvido. Recorrer
estas páginas es un verdadero disfrute, no sólo por su formato y la calidad en
la edición, sino, y por sobre todo, porque es un invite a seguir profundizando,
dan ganas de conocer más.
Libros que Muerden reivindica a autores: Alvaro Yunque, José Murillo, Javier
Villafañe, Enrique Medina, Laura Devetach, Graciela Montes, Elsa Bornemann,
Jacques Prevert, María Elena Walsh, Beatriz Doumerc, Mario Lodi, Augusto
Bianco, Graciela Cabal, Margarita Belgrano, Beatriz Ferro, Hebe Clementi,
Beatriz Tornadú, Carlos Joaquín Durán, Mirtha Goldberg, Ernesto Camilli, Mario
Procopio, Beatriz Casiello.
A ilustradores: Víctor Viano, Juan Carlos Marchesi, Elsa
Henríquez, Ayax Barnes, Martha Greiner, Chacha, Oscar Díaz, Oscar Grillo,
Horacio Elena, Clara Urquijo.
A editoriales: Claridad, Progreso, Fausto, Rompan Fila,
Editorial de la Flor, Centro Editor de América Latina, Jorge Alvarez, La
Pléyade, La Rosa Blindada, Estrada, Hachette, Huemul, Ediciones Paulinas,
Guadalupe, Salvat.
A editores y trabajadores de editoriales y libreros como:
Boris Spivacow, Amanda Toubes, José Luis Mangieri, Emilio Pernas, Hernández.
Pero no es sólo un homenaje para los que sufrieron la
censura, sino también para esa generación de escritores, ilustradores y
editores que se atrevieron a cambiar la historia de los libros pensados para
chicos, que se animaron a hablar de temas que hasta entonces estaban vedados a
los niños, a hacer enciclopedias distintas, amigables, irreverentes,
desenfadadas, cercanas a los niños y jóvenes. Ellos pensaron de un modo
diferente al libro como un todo, como un juguete y también como una fuente de
pensamiento y libertad.
LQM también es un homenaje a los lectores: los que se entusiasmaron
con esos libros, los que los hicieron suyos, los que tuvieron que quemarlos,
romperlos y hoy se vuelven a reencontrar en esta muestra. Los que los regalaron
y los escondieron como tesoros que, en muchos casos, hoy son parte de esta
colección.
Este es un libro y a la vez es un acto político (en el que la
memoria no es una carga sino una fuerza imparable); es una reafirmación, una
huella, una obstinación, una certeza de que es necesario insistir en que (como
dice Judith Gociol en alguna de estas páginas) todo niño tiene derecho a comer
y también tiene derecho a leer, a la fantasía irreverente, indispensable,
imprescindible, inigualable, definitivamente, a una fantasía ilimitada.
Alguna vez alguien me dijo que en los ´70 había empezado a
escribir literatura infantil porque, en cierto modo, creía que era un lugar
desde el que podía resistir, donde la metáfora no era tan mal vista y donde
había encontrado un refugio. Porque eso también es la literatura, un modo de
expresión con el que nos sentimos hermanados y a cubierto. En algún tiempo esos
libros se retiraron sin replegarse y, como dice Didi-Huberman, hoy son
luciérnagas que iluminan con sus intermitencias, levemente, sensiblemente. Este
autor también dice que “Hay razones para el pesimismo, pero por eso mismo es
tanto más necesario abrir los ojos en medio de la noche, desplazarse sin
descanso, ponerse a buscar luciérnagas”. Desde el 2006 Gaby y tantos más, no
hacen otra cosa que reunir estas luciérnagas, para conformar esta “comunidad
luminosa” que es LQM. Por eso, todos los que de un modo u otro participamos en
este proyecto, queremos agradecer la generosidad de Gabriela, sus peleas constantes
por un mundo más amable y más lindo de ser vivido, su estado de poesía
permanente y por ser nuestra guía y una trabajadora constante de esta memoria.
*Bibliotecaria e integrante de Libros que Muerden. Este texto es una adaptación de sus palabras en la presentación en la Biblioteca Nacional del catálogo de Libros que muerden.
Moro no Brasil. Como posso comprá-lo?
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